La propaganda ecologista viene creciendo a unos ritmos tan sorprendentes que uno pensaría que el riesgo de la extinción del planeta está conjurado. Hoy pululan por doquier los promotores de las mas variadas formas de “ecoturismo”, se dictan cátedras muy sesudas sobre la problemática ambiental, los grandes medios de comunicación giran en la misma orbita porque da rating y hasta el más ignorante habla del calentamiento global, tan pronto como sale de los recintos con aire acondicionado. Sin embargo las cosas no parecen estar cambiando de manera sustancial porque por ejemplo; el gobierno está haciendo cuentas alegres con su proyecto de aprovechar la riqueza minera de la nación, para que las trasnacionales vengan y se lleven todo lo que puedan, sin medir las consecuencias a largo plazo; los lagartos de la más rancia estirpe politiquera están posando de “verdes” (disculpen la redundancia); las mismas compañías que tumban los montes o queman las llanuras se contentan con ponerle el loguito de reciclable a sus productos; y la población se va sumiendo a un ritmo cada vez más acelerado, en la loca carrera de la sociedad de consumo. De manera que nos están engañando con la esperanza de un capitalismo de rostro amable, basado en propuestas de “ecodesarrollo” y “desarrollo sustentable”, por cuanto la esencia del capitalismo es la maximización de la ganancia y los empresarios seguirán haciendo lo que sea necesario, para disfrazar sus reales intenciones. Pero, por otra parte, tenemos que la falta de una visión crítica sobre estos asuntos está propiciando entre las gentes, manifestaciones incoherentes de comportamiento, con, mucha carreta y poca practica. Es por esto que los nuevos ecologistas necesitan carro nuevo o cuatrimoto y los artilugios tecnológicos de moda (cámara fotográfica, gps, black berry por seguridad, barbacoas y menaje de cocina desechables etc), para ir a disfrutar de la naturaleza. Resulta paradójico que nos quejemos del calentamiento global al tiempo que entramos en la edad de la luz, pero no me refiero a la metáfora de la luz como el conocimiento racional, sino a la de esta sociedad que de forma creciente va sembrando por doquiera los famosos bombillos ahorradores por dotar de elegancia y “seguridad” a los espacios. Ahí están las inversiones del famoso impuesto de megaproyectos y basta visitar cualquier centro comercial para ver luminarias en las fuentes de agua, en los jardines, en las paredes, en el piso, en el techo, en las vitrinas y hasta en los rincones inimaginables. El otro día en una minúscula oficina bancaria contabilicé 28 bombillos funcionando de la forma más innecesaria. Pero ya vienen de nuevo los momentos estelares de la edad de la luz, para que se acuerden de mi: el halloween y el arrebato navideño, fechas en las cuales a los vecinos y las ciudades les da por entrar en la loca competencia del derroche, comprando cientos de artilugios que se necesitan para iluminar y adornar las casas, las avenidas, los árboles, las iglesias, es decir: instalaciones, calaveras, cartones, plásticos de colores, árboles navideños, puntillas, cinta aislante, tiras de amarre, etc, eso sin entrar en la particularidad del despilfarro de recursos naturales que significan la Feria de Cali y la quema del año viejo porque el show debe seguir.
Wednesday, September 14, 2011
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