"Lucy Tejada quiere decirnos algo, insisto, siempre ha querido decirnos algo profundo y claroscuro que ella misma quizás no se atrevería a decirse ni siquiera en su más hondos momentos. Algo respecto de lo cual ha venido elaborando lo mejor de su obra, una brutal intuición, la desesperanza total. Desde el origen mismo, desde la niñez, su negación. Una impresionante paradoja, que sólo el alma misma de una artista era capaz de llevar hasta sus últimas consecuencias".
Una percepción similar sobre las pinturas de Lucy propone Estanislao Zuleta. Para este filósofo, todo pintor a través de su obra no se interesa tanto por mostrar una realidad como por proyectar sus ideales, sus temores y sus conflictos, de manera que cada una de sus piezas termina siendo una representación simbólica y significativa de lo íntimo, una suerte de desahogo a través del cual un artista representa un mundo o una época tal y cómo los ha percibido desde adentro.
Estanislao Zuleta también encuentra en los niños de Lucy cierto espíritu lúgubre que desnuda mucho del carácter de ella, no tanto como artista sino como ser humano. Refiriéndose a dos piezas de su serie "Las Hojas" y "Los Pasajeros", escribe:
"Los niños abandonados, amontonados como las hojas mustias y de su mismo color, o bien, como aquí, atados con cuerdas de nudos redundantes. Sus rostros no están desesperados ni llorosos, sino sencillamente atónitos e inmóviles (...). La impresión de inmovilidad se consigue con un mínimo de recursos plásticos: la redondez de los rostros están y los ojos perplejos que no miran hacia ninguna parte. Los pocos tonos cálidos están a los lados, en el dramático pájaro, en las prometedoras frutas y las hojas. Con las líneas más tenues y la transparencia del papel, se configuran estas presencias que son casi ausencias. Con esos procedimientos se inscribe el sentimiento que los produjo y que convocan: la ternura, esa curiosa mezcla de amor y tristeza, tristeza por el desamparo y la vulnerabilidad originaria de todos los seres".
La desesperanza en juego con la niñez, hacen que la obra de Lucy Tejada adquiera los tintes de paradoja. Una incompatibilidad que sus pinturas se convierte en avenencia. Cuando era aún muy joven conoció la obra de María Bashkirtsev, una artista rusa que pintaba grupos de niños jugando, bajo la angustia de la muerte que la embistió a los 24 años. Posteriormente, Lucy encontraría en la admiración por El Greco, y en una de sus obras: "Diego en el Jardín", la más grande inspiración que terminaría por cobrar la preeminencia sobre los niños como tema central de sus piezas pictóricas.
Los niños de Lucy aún cuando estén jugueteando como en la célebre "Revuelo" se advierten siempre pensativos, melancólicos, con la mirada perdida, ambientados sobre paisajes en colores ocres, sepias o rojos. Son niños viejos, en palabras de Cruz Kronfly, que dan cuenta de la manera en que Lucy concibe el mundo y en especial el futuro. Así lo reconoce la propia artista:
"Pinto niños, pero en el fondo pienso que estoy haciendo mi autorretrato. Yo misma soy una niña asombrada, con miedo del mundo, encarcelada por circunstancias externas donde ya no hay amor, donde se le dan patadas a los perros, donde la indiferencia es el común denominador, donde estoy sola porque no me identifico con nadie. Por eso, sueño, dormida y despierta, y son esas imágenes oníricas las que luego traslado a mi pintura, equilibrándolas con la realidad. Cuando logro expresarlo como yo lo deseo, descanso, y esta descarga emotiva me lleva luego a la euforia, que solamente nos produce el acto de crear".