En la sociedad colonial no existe el derecho autónomo del individuo a publicar sus opiniones y todo libro y todo periódico requiere una licencia previa. Incluso establecer una imprenta requiere permiso del rey: cuando a fines del siglo XVIII las autoridades coloniales pidieron autorización para establecer una imprenta, una de las razones que alegaron para justificarla era por falta de ella no se había podido publicar un “edicto prohibiendo varios libros” :¡Se necesitaba la imprenta para poderla prohibir eficientemente!
Por ello, el primer periódico regular del país El Papel Periódico de la Ciudad de Santa Fe de Bogotá, creado en 1791, tuvo patrocinio oficial y estuvo sometido a estricta censura. Sin embargo, gozó de alguna latitud y al publicar textos de interés amplio, artículos de varios de los criollos locales que eludían cuidadosamente los temas de conflicto, empezó a crear lo que hoy llamaríamos un espacio de debate público, que fue prolongado por los otros periódicos publicados en los últimos años del régimen colonial, como el Correo Curioso y el Semanario del Nuevo Reino de Granada, que además fueron dirigidos por particulares. Para los criollos, que creían, como dijo Camilo Torres, que la imprenta es “el vehículo de las luces y el conducto más seguro que las pueda difundir”, la posibilidad de dar a conocer textos científicos y literarios y una limitada información sobre el Nuevo Reino y el mundo –así se publicara bajo el pretexto de censurar los excesos revolucionarios- era ya un gran avance, que ayudó a crear los primeros esbozos de una identidad nacional
En 1794, con la publicación de una hoja con la traducción de la “Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano” por parte de Antonio Nariño, se presentó el primer conflicto significativo alrededor de este problema. A pesar de que los acusados alegaron que estaba permitido publicar sin licencia previa todo texto de menos de un pliego y prácticamente no circuló, Nariño fue condenado a diez años de prisión en África, y penas algo más leves recibieron el impresor y sus dos abogados.
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